martes, 22 de octubre de 2013

Mi gozo en un pozo



Pasado otro mes, mi amo sigue publicando tonterías. Por mi parte, debo decir que ha sido un mes complicado para un simple felino, y no digamos para mi amo. En primer lugar, la gata cíclope que vive en mi territorio desde hace meses sufrió otro accidente. Esta vez se cayó por el balcón. Dos pisos en caída libre hasta la acera. Juro por mis bigotes que no tengo nada que ver. La pobre, aparte de tuerta, no es muy despierta y como cojea, tampoco es muy estable. Así que aprendió de golpe que no puede andar por el borde de un precipicio con la seguridad de su especie.
Tras dar un maullido corto pero lastimero al tocar tierra, vi desde arriba como salía corriendo por la calle, a saltitos con su pata coja, medio conmocionada por la caída, en busca de un refugio donde recuperarse del susto. Otra vida menos, pensé. Bien, bien... te quedan cinco, nena.
Por supuesto, no avisé a mi amo. Me limité a observar con manifiesta alegría. Ahora el piso volvía a ser todo para mí, la bolsa de croquetas para mí, el atún para mí, el sofá del salón para mí, los mimos todos para mí... Pero durante tres largos días, mi amo y su mujer buscaron e investigaron, primero dentro del piso y luego por los alrededores de la casa, en busca de la accidentada, olvidando las atenciones y mimos que me corresponden y culpándose mutuamente de la teórica desgracia. No fueron días alegres, hasta el atún escaseo de mi plato.
Me lo tomé con paciencia, ya les pasaría el mal trago. Lo importante es que volvía a ser el dueño absoluto de mis dominios. El monarca. Me estiraba al sol con una sonrisa entre los colmillos.
Hasta que el tercer día, la maldita gata resucitó gracias a la aguda vista de mi amo, que vio su blanco pelo destacando entre la hierba del monte vecino. Fue a rescatarla y se dejó coger con evidente gusto. Se había pasado tres días descansando de la caída y malviviendo con su cojera. Pero ahora estaba de nuevo en “su” casa, como proclamó alborozado el idiota de mi amo, mientras la gata vaciaba mi plato de agua y de comida a una velocidad de turbo descontrolado.
Luego me miró con su ojaso sano, como buscando una explicación a su caída, quizá una disculpa, pero yo desvíe la mirada. No tengo nada que ver con su accidente, vuelvo a repetir. Además, lo más estúpido que se puede hacer ante un hecho es preguntar cómo ha podido suceder. Sigamos con nuestras vidas y pelillos a la mar.
  Ahora me sigue mirando cada vez que nos encontramos en el pasillo o en el sofá, como un cíclope al acecho. A veces, me bufa y se abalanza sobre mí, usando su pata coja como un martillo; el otro día me soltó un mordisco en una pata, que me hizo ver varias constelaciones de golpe.
Mi amo, que se ha puesto a leer el San Francisco de Chesterton, piensa sin malicia que se ha vuelto muy juguetona y que somos un ejemplo latente de la unidad divina de la naturaleza. Hasta ha empezado a llamarnos hermanos gatos, que contemplan a la hermana luna entre cálidos mordiscos y arañazos de amistad.
Mi amo es un profundo idiota.

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