jueves, 20 de septiembre de 2012

Palomas y Chateaubriand


Se acaba el verano, pero sigo tomando el sol en la terraza de la cocina. Pero ya no por pereza, sino por el agradable instinto de caza, que me hace sentir como un cachorrillo. El motivo es que la mujer de mi amo alimenta a palomas que se acercan a la terraza, incluso se posan en la barandilla con total descaro.
Allí esperan, con sus ojos nerviosos y sus cuellos ondulantes, a que les tiren migas que llegan hasta la carretera. Entonces planean hasta el suelo y corretean como ratones detrás de los tesoros arrojados al abismo.
Yo me acerco sigiloso desde el interior de la cocina, felino máximo, salgo a la terraza y me embosco detrás de la maceta de geranios, preparado para el salto mortal hacia las que se posan en la barandilla pidiendo más migas. Pero el salto resulta mucho más mortal para mí que para ellas, debo reconocerlo, porque más de una vez me he dejado llevar por el ansia y casi acabo KO del choque contra la barandilla de metal galvanizado, o me tengo que agarrar con las uñas al duro cemento del borde de la terraza para no caer al suelo desde un segundo piso. Pero asumo el riesgo con nobleza. Soy un gato, ellas palomas, no hay tregua. Ya lo dijo Darwin.
A la mujer de mi amo las emboscadas suicidas le ponen los pelos de punta. Mi amo ni se entera, sigue envuelto en su rollo. Puede acabarse el mundo ahora mismo que seguiría a lo suyo, inmortal, en una burbuja intemporal, que creo que ni Dios se molestaría en romper.
Acaba de publicar otro articulito en el blog Tabula y se ha metido de lleno a leer las "Memorias de Ultratumba" del vizconde de Chateaubriand. Un noble bretón, monárquico, católico y conservador, aunque estupendo escritor y simpático conversador, que sobrevivió a la monarquía, la revolución y a Napoleón, siempre cerca del gobierno o de mujeres, y que al final de su vida ajustó cuentas con todo y con todos en un tocho de más de 1000 páginas vitriólicas.
 Vamos, todo lo contrario al plano de mi amo. Pero es de esa clase de tontos que se sienten fascinados por los opuestos.
Por cierto, a Chateaubriand le gustaba cazar palomas de joven, lo que demuestra una gran inteligencia, aunque para un gato lo más importante del vizconde es que su cocinero inventó un filete enorme, de carne de buey poco hecha, que lleva su nombre y que es una maravilla. Ojalá mi amo se molestara algún día en hacerme un regalo tan suculento. Sería lo único que me apartase unos instantes de mi adicción al atún. Pero le falta la clase y el saber estar que tenía el noble bretón.
Bueno, de nuevo se acercan las palomas a la terraza.  Frágiles, tentadoras, posiblemente deliciosas... El instinto me llama, ¡A la carga! ¡Por Chateaubriand!

1 comentario:

  1. Simplemente maravilloso, me encantó la combinación entre el gato y el romántico de Chateaubriand. Felicitaciones por el blog.

    Saludos

    ResponderEliminar