domingo, 29 de julio de 2012

Un libro francamente divertido



 Mi amo sigue con sus delirios odontológicos, más suaves, menos problemáticos, pero igual de molestos. Lo que me permite leer con tranquilidad algún libro, mientras vaga por el pasillo lamentando su triste destino.
 Ha caído en mis garras "Quién necesita a Cleopatra", de Steve Redwood. Y me ha gustado tanto que voy a hablarles de ella.
 Es una hilarante novela sobre dos viajeros en el tiempo en una nave en forma de reloj de arena. Uno de ellos obsesionado con encontrarse en algún momento con Cleopatra. Aunque no depende de él, sino del dueño de la empresa para la que trabaja, que le obliga a llevar como compañero al inútil de su hijo en viajes muy pintorescos; donde buscan encontrar respuestas a preguntas claves de la humanidad, según el punto de vista del empresario financiador, como quién fue la Gioconda, cuál fue la mujer de Caín, el verdadero origen de los mormones o qué pasó cuando mataron a Rasputín.
Al principio, la novela parece una sucesión de episodios más o menos graciosos, bastante sencilla. No parecía que me iba a dejar ningún recuerdo, más allá de su rápida lectura. Pero según avanza la historia, aparecen más tramas, personajes interesantes, explicaciones originales a momentos anteriores que parecían simple relleno y que resultan ser escenas claves, el humor se hace más sutil y  depurado, el argumento más sorprendente... en mi opinión, se vuelve un novelón de entretenimento puro. 
 Porque no aspira más, pero conseguir el entretenimiento del lector, enganchar su atención capítulo a capítulo de surrealistas aventuras temporales, es un objetivo muy complicado y difícil de llevar a cabo por cualquier escritor. Y Steve Redwood lo consigue. No defrauda en el desarrollo de una trama que cada vez se enreda más en sí misma, pero sin liar al lector con rizos innecesarios y que va elevando progresivamente el nivel de la novela hasta un final que, en fin, aparte de mantener el nivel de diversión y originalidad, podría ser el sueño erótico de muchos lectores masculinos. Pero no digo más.
 El estilo de Redwood es sencillo, pero repleto de una ironía puramente británica que lo hacen francamente atractivo; en la mejor línea de los escritores de humor británicos, como el genial Sharpe o el clásico Woodhouse. Aunque en este caso con la dificultad de un ambiente muy diferente y, en teoría, difícil para el humor, como es la ciencia-ficción.
 Sin olvidar a los Monty Python, que me parecen ser la fuente de inspiración detrás de varios diálogos. Fíjense en la pareja de tipos que se encuentran en cada viaje.  Porque  los personajes son otro aliciente de la novela. Bien construidos y adaptados a la trama delirante que les rodea. En especial, el entrañable Bertie. Quizá uno de los protagonistas con mayor mala suerte de la historia de la literatura. Es inolvidable, como su olor corporal.
 ¿Y Cleopatra? Bueno, ¿quién la necesita? 

jueves, 12 de julio de 2012

Odontología Trascendental




 Ha pasado cierto tiempo sin que escriba aquí. Es el verano que me distrae, con sus palomas tentadoras que se posan en la baranda de la terraza, su solete al mediodía pugnando con las nubes eternas de estos lares y los gritos de los turistas que llegan al pueblo y descubren que los partes del tiempo sobre Galicia no son una conspiración mediática.
 También están las quejas de mi amo, que con su problema dental (ya le faltan dos muelas)  me da más de una tarde. Pronto le harán una endodoncia, o como se diga, y otros tratamientos de nombre griego evocadores de terribles tormentos. A ver si mejora algo o la espicha directamente por culpa de su Stalingrado bucal y deja de molestar.
 Su sufrimiento odontológico, macerado de vez en cuando con anti inflamatorios y otras drogas medio duras, le hace de vez en cuando delirar, y como en estado natural ya tiene la imaginación un tanto desbocada, se pueden hacer una idea de los desbarres que se le ocurren empachado de tripis legales. Proclama que gracias a la odontología ha llegado a comprender la esencia del ser y la belleza del no-ser, que no sé que son, pero a los humanos parece que les trae de calle saberlo y hasta han montado guerras por ello.
 Embrigado de semejante certeza y henchido de orgullo filosófico, se pasa mucho rato conmigo en la terraza de la cocina.  Aunque, en vez de dormitar como hago yo, mira el horizonte como si el Apocalipsis se mostrara ante sus ojos. Sin embargo, yo solo veo unas cabras y una vaca con su ternero, propiedad de un vecino. Imagen bucólica a rabiar y carente de cualquier significado más allá del pastoril. Pero bueno, soy un gato. Quizá mi amo vea otras cosas más flipantes o saque conclusiones trascendentales de la visión de varios rumiantes. El dolor odontológico debe estar muy cercano al ontológico, como repite mi amo cual mantra tibetano. Y bueno, quizá tenga razón. Al menos a mí, me suenan parecido.
 Sin embargo, su mujer me aclara que lo que pasa es que se ha vuelto gilipollas.
 Entre tanta meditación y dolor bucal, mi amo escribe poco este verano. Sigue con su eterna novela, paso a paso, párrafo a párrafo, pero  sin devoción manifiesta. También ha subido en el blog Tabula un nuevo artículo de su serie sobre personajes secundarios de la Historia.
En fin, mientras no se olvide de mi atún, le permito cualquier cosa.
 A ver cómo sigue durante el verano.