jueves, 7 de junio de 2012

Trauma Cachorril




Mi amo sigue a lo suyo con el nuevo blog Tabula, poniendo chorraditas sobre romanos, mientras en el resto del tiempo se lo dedica a su mujer, su novela interminable, sus jueguitos de guerras computadas y, finalmente, como si fuera un favor magnánimo, dedica las raspas de su jornada a mí.
 Se pueden imaginar el enfado que eso me causa. Soy un gato. Yo debería ser el centro de su universo y el aliento de su alma. Y me quedo corto. 
 Por eso hoy voy a hablar de mí, porque me lo merezco y estoy necesitado de discurso egotista. Ya comentaré las chorradas de mi amo en otro post.

  El otro día dormía encima de mi amo, que para algo es mi posesión más querida, cuando una pesadilla me hizo saltar en el aire como un canguro epiléptico, cayendo al suelo, lejos del sofá. Mi amo se despertó también, aunque más dolorido que asustado, pues, en un acto reflejo muy felino, le había clavado las zarpas en el pecho antes de saltar. Mientras se compadecía de su desgracia infinita por tenerme como mascota, recordé lo que había soñado antes de volar.
 Es una pesadilla que me viene de vez en cuando, en donde caigo a la Tierra desde un dirigible alemán a gran altura. Sí, suena raro un dirigible alemán, pero la lógica no es un requisito de los sueños. Además, me caigo porque escapó de un montón de nazis antifelinos que me quieren coger para interrogarme sobre donde están las latas de atún.  
Todo este guirigay se debe a un trauma infantil, pues cuando era gatito salí a la terraza de la cocina, me fijé en una mosca y, claro, cachorrito como yo era, salté a por ella sin darme cuenta de que caía al vacío. Pataflaf.
 Menos mal que es un segundo piso y soy un gato, por lo que fue más susto que accidente. Caí de pie, solo faltaría, amortiguando con mis elásticas patas el golpe. Así el único daño que me hice fue golpearme por inercia la mandíbula. Doloroso, angustioso, odontológico, pero no grave. Salí corriendo, medio atontado, buscando la seguridad bajo un coche.
 Mientras, el gilipuertas de mi amo estaba liadísimo intentando hacer un huevo frito en la cocina y ni se enteró de mi desgracia.  Menos mal que pasaba por la calle un buen hombre que vio mi caída y empezó a llamar al telefonillo del portal. El diálogo con mi amo se me ha quedado grabado.

 - Oigan, ha caído un gato desde algún piso. 
 - Mierda, he pringado de aceite el contestador este.
-  El gato se ha escondido bajo un coche.
- ¿Qué gato?
- El que se ha caído.
-  Se ha caído un... ¡Joder, Josemari! (ruidos)
- ¿Sabes mi nombre? ¿Te conozco?
-  Joder, merda... Se me ha resbalado el contestador. Ay, Dios, pobre Josemari. Ya bajo.
- ¿Quién eres?
- Eh... No, Josemari... no sé tu nombre. Bueno, ahora sí. Ya bajo (más ruidos)
- Oiga, ¿No le habrá puesto mi nombre a su gato?
- Er... Diosss... como se cuelga estoooo (muchos ruidos)

Al final bajó a la calle, dio las gracias y esquivó al tipo, que había puesto mala cara. Luego consiguió cogerme, pese a que intenté huir metiéndome en el portal. Una táctica estúpida por mi parte, que me dejó sin salida y a su merced, pero es que estaba medio lelo del golpe.

Desde aquella, de vez en cuando, si no me dan suficientes mimos durante el día, sufro la terrible pesadilla de la caída desde el dirigible alemán.
 Es que los gatos también somos muy freudianos.


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