martes, 25 de octubre de 2011

Mi amo sigue escribiendo



El otro día mi amo escribía con cierta velocidad, que si no me equivoco sería de hasta varias palabras por minuto. Excesivo para lo que acostumbra en el poco tiempo que escribe. Incluso se le veía relajado. Suele pasarle alguna vez, pocas, después de leer lo que considera un buen libro. En su caso había acabado de leer “El rayo verde en el ocaso” de Sergio Mars. De ciencia ficción, sección hard. Una temática difícil de encontrar en el mundo literario actual y que a mi amo le gusta y busca, aunque no se parezca en nada a lo que escribe, ni por asomo. Pero mi bípedo es de esos que escribe sobre lo que no práctica, ni experimenta, ni realmente sabe.
No me pareció divertido verlo tan diferente a lo habitual. Así que le miré fijamente, buscando que perdiera la tranquilidad y empezara a mover las piernas y rascarse como un mono. Ni se inmutó. Como mucho lanzó una mirada de reojo, pero sin ponerse nervioso. Me sentí herido en mi orgullo felino.
 No es que sea malo, sino que soy un gato y cuando la gente no hace lo que espero me cabreo hasta los bigotes. Es indignante que no sigan las rutinas. El ritual es necesario en un mundo civilizado. Pero tampoco se puede esperar mucha comprensión humana del valor de lo inmutable.
 En casos así, no hay nada como colgarse de las cortinas y dejarse resbalar para recuperar el orden de las cosas. Lo recomiendo con entusiasmo.
 El grito de mi amo, al verme deslizar mientras araño la fina tela, todavía resuena en el edificio: ”¡Josemariiiii, bicho maldito de la gran...”
Glorioso.
Orden cósmico recuperado.

martes, 11 de octubre de 2011

Mi amo escribiendo



 Me resulta simpático observar a mi bípedo preferido en el acto, para él sublime y metafísico, de teclear las chorradas que llama historias en su ordenador portátil.
 Se toca la nariz, se hace pelotillas, se rasca el pelo, se balancea como si fuera en barco, mueve los talones arriba y abajo, las rodillas de derecha a izquierda, de vez en cuando maldice nombrando extrañas deidades y levanta los ojos al cielo del salón... pero teclear, lo que se dice teclear, poco poquito y le cabrea mucho.
La verdad, mirarlo es más divertido que cazar moscones.

Yo, para cabrearlo más, me quedó observándolo a cierta distancia, con los ojos fijos, estático en pose de esfinge y con la cola ondeando sobre mi cabeza, suavemente, con pereza hipnótica. Pronto noto como se pone más nervioso, suda, se muerde los labios, mirándome de reojo o centrando la vista en la pantalla como si fuera la salida de incendios del infierno. Hasta que grita desesperado: ¡Está bien, te daré otra lata de atún! ¡ATÚN!
Entonces se levanta y le sigo a la cocina.

Me encanta que mi amo escriba.